Capplannetta y su alter ego

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Me dicen que me repito. Y tienen razón. Padezco una obsesión que redunda y redunda en los espacios abiertos, en los lugares con paredes y techumbre, en los espacios comunes, me cuesta asomarme a las ventanas, no me meto en la vida de nadie, y no permito que nadie se inmiscuya en mi vida. Pero es imposible. La gente te juzga porque es fácil mirar y diseccionar lo evidente, lo que perciben, y están tan seguros de ello como tú estás obsesionado en que se inmiscuyen en tu vida. A veces la vida es una mirada eterna que te desnuda, te despersonaliza. Te crea indefensión, vulnerabilidad, te hace débil y frágil. Pero bueno eso nos ocurre a todos en partes iguales o no. La vida no es como la imaginamos al principio de adentrarnos en su realidad. La vida contiene todos los pecados de los que reniega la Iglesia. Si me repito es porque no creo en otra cosa que mi imposibilidad y mi voluntad inútil para hacerme víctima de una causa que ni yo comprendo bien. Estoy entre un mundo y otro. No tengo respuestas, sólo preguntas. Y casi todas son incógnitas que se desmoronan. 

Porque todos los poetas somos vanidosos, incluso los hombres y mujeres corrientes. Todos vanidosos. El hombre es vanidad. Y todo lo que reclama es protagonismo y tener verdadera importancia. Si el hombre es vanidad, ¿es lo que nos diferencia de los animales? ¿Y el conocimiento? El conocimiento de que somos vanidad y nada más que eso. Titubean los poetas alegando que no son vanidosos. Dale a un poeta reconocimiento y ensalzará su ego. Gritará dadme, dadme, dadme y será insaciable. Nunca se saciará. Porque la vanidad no sabe, no huele, no es cuerpo, no es materia, la vanidad la sustenta el ego, y el ego es el gran masturbador entre la prepotencia y la soberbia. Pero muchas veces caemos. En las débilidades del alma. Y el alma es mortal. Porque si el alma no fuese mortal ya se encargaría el hombre, en este caso el poeta, de comerse a los dioses que él mismo ha creado. La verdad tiene varios caminos. Pero coger el atajo más largo no es de idiotas, es la gracia de aquellos insensatos que en la inocencia se equivocaron y tropezaron. Y tropiezan por que son hombres, son poetas. Nada más nimio que eso. Nada más signo de mentira que su propia existencia. Equívoco tras equívoco aprendemos. 


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