Culpable del desastre
Posted on 22:08
No sé por qué creo que soy el culpable de todos los desastres de estas tierras. De las migajas que me como. De los resquicios de vaso que me bebo. De los despojos y de la casquería. De los mal sabores de la mayonesa agría. De los pormenores de lo que se desmenuza como pan sin masa madre. De los hechos y de los deshechos. De loa acicates y de los incapaces. De los aires de bajeza y de los delitos que nunca cometí. De nacer silbando miedo y del vértice del escalofrío. De la descompasada canción del poeta ditirambo y de los sonidos de contrabajo solemne y con una nota sostenida lánguida a su suerte. Quiero ser un manojo apretado por la aurora y un conversador ingenuo con los nervios de aluminio. Me temo que tengo la culpa de todo. Soy el creador del tedio y de la absurda plegaria al viento. No quisiera mundos de parálisis permanente ni delirios ante una desmayada disputa con la leche del biberón helado. No quiero más tropiezos en la mesa donde te hago la cama más sedosa y cálida. No quiero imaginarte fría, ni herida de vértigo ni aburrimiento perpetuo. La culpa del desastre la tienen los ridículos bostezos en la sopa espesa y amarga de los arsénicos repletos de cloroformos ambiguos negadamente indispensables. La vulgaridad rompe el ocaso como una campana balbuceante de baba y burbuja compungida. Retales de mi pensamiento desgrano ante la embustera promesa del silencio en bancarrota. Suenan los timbres, suenan los estúpidos teléfonos, suenan las alarmas y suenan las sirenas. Yo no quiero ser segundo plato ante la muerte. Solamente quiero despertar de pasión y desgarrado de sentidos ante la curva presagiada de las luces que destellan en la muerte súbita. No quiero más litigios en la comparsa de enlaces que se muestran a quemarropa y sin el consuelo de no ir a ninguna parte. No quiero legajos, papelotes y pergaminos. No quiero la acequia lúcida si no es la de un libro de bolsillo. Ni una estratagema ebria de ti en el impulso luminoso de los peatones que se besan en los pasos de cebra. No querer andar no es no querer vivir. No querer vivir no es abandonarlo todo. No abandonar no significa un último suspiro. Un plato repleto de berzas es como quimeras y rutinas preñadas de vegetales maneras de vivir.